El árbol que crecía lento
Un discípulo plantó un árbol en el jardín del templo y, al cabo de una semana, fue a ver al maestro.
—Maestro, el árbol no crece. ¿Qué puedo hacer para que vaya más rápido?
—Hablarle con cariño —dijo el maestro.
El discípulo pasó días enteros hablándole. A la semana siguiente volvió frustrado.
—Sigue igual.
—Entonces, estíralo un poco cada mañana —dijo el maestro.
El discípulo lo miró dudando, pero obedeció.
Al tercer día, el árbol murió.
—¿Ves? —dijo el maestro—. Así es como muchos tratan su propia vida.
En "El árbol que crecía lento", un maestro zen responde con humor a la impaciencia de su discípulo, recordándole que el crecimiento verdadero no se apresura.
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