La transformación de Gonzo

Gonzo, el barquero, era conocido por ser un hombre de temperamento colérico. Además, era malo y el hecho de ser rechazado por todo el mundo lo dejaba indiferente. Uno tenía la certeza de que se creía que no había nadie en el mundo tan extraordinario como él.

De tanto oír hablar de Ryôkan a los aldeanos de los alrededores —«Ryôkan Sama por aquí, Ryôkan Sama por allá. ¡Cuánto quiere la gente a Ryôkan Sama…!»—, Gonzo enfurecía.

—¿Por qué todos alaban a ese imbécil, a ese monje que no es más que un mendigo?

Un día, Gonzo reunió a los niños de la aldea y con su potente voz les lanzó esta pregunta:

—¿Podrían decirme por qué están todos tan entusiasmados con ese Ryôkan? ¿Por qué le quieren tanto?

—En primer lugar, no es necesario saber por qué se le quiere para quererle —balbució un niño.

—¿Por qué le queremos? Pues yo tampoco lo sé —dijo otro.

—A Ryôkan le queremos mucho, eso es todo. Y todo el mundo lo quiere mucho.

—Sí, eso es. Yo también, es así —afirmó otro niño.

Estaban todos de acuerdo y ninguno de ellos podía explicar la razón por la que querían a Ryôkan.

De pronto, Gonzo se puso a reír:

—¡Atajo de idiotas! ¡No hay ninguna razón, pero todos quieren a Ryôkan! ¡Ese monje les ha engañado! ¡Tiene que haber una razón y yo os la diré!

A pesar de las blasfemias de Gonzo, los niños no cedían. El mayor de ellos volvió a tomar la palabra:

—El corazón de Ryônkan es dulce y sincero. Pase lo que pase, contrariamente a Gonzo, nunca se enfada. Gonzo es colérico, no me gusta.

—¡Eso es, Ryôkan nunca se enfada! —repitió, enfurecido, Gonzo—. No hacen más que adularle…, porque yo les digo: ¡todo el mundo se encoleriza cuando siente que la ira le sube por dentro!

—¿Sí? A Ryôkan Sama no lo he visto encolerizado ni una sola vez. Y no soy el único que opina así, también lo dicen mi padre y mi madre.

—¡Tonterías! Cuando alguien siente que le sube el sentimiento de cólera, revienta de cólera.

—Pero Ryôkan no tiene ese sentimiento y por eso no se enfada.

—¿Qué? ¡Pedazos de asnos! —gritó a los niños con desprecio y los hizo callar.

—¡Ya está! ¡Ya está! ¡Gonzo está furioso! Ryôkan nunca se enfada. ¡Gonzo está furioso! ¡Ryôkan nunca se enfada!

Y los niños se fueron corriendo sin dejar de lanzar todo tipo de burlas.

—¡Maldito Ryôkan! Como me llamo Gonzo, con toda seguridad te veré enfurecido —sentenció con el rostro rojo de ira.

Un día, sin saber muy bien por qué, nuestro Ryôkan, siempre despistado, se presentó en el paso del río, justo donde estaba Gonzo.

—Por favor, señor Gonzo, le pido perdón, pero ¿podría acercarme a la otra orilla con su barca?

—¡Sí, con mucho gusto! Por favor, suba, acomódese.

«¡Vaya suerte!», pensó Gonzo sin más reflexión, mostrando una sonrisa malvada que Ryôkan fingió no ver.

—Ryôkan Sama, hace muy buen tiempo, ¿verdad?

—¡Oh, sí! Hace realmente muy buen tiempo.

—Con este buen tiempo, ¿a dónde va, pues, Ryôkan Sama?

—¿A dónde, dice usted? Aún no lo he decidido.

«¡Subir a la barca sin saber a dónde va! ¡Vaya!», pensó Gonzo.

Bruscamente, el barquero se sintió exasperado. Y, mientras buscaba la primera ocasión, se dijo: «¡Ya verá este dichoso monje cómo voy a maltratarlo!»

Entonces, en el mismo momento en que llegaban al centro del río, Gonzo se apuntaló y comenzó a mover la barca, sacudiéndola en todos los sentidos.

—Señor Gonzo, hoy hace muy buen día, sin embargo, hay grandes olas. Tenga cuidado —dijo Ryôkan.

«Este tipo sabe que soy yo quien sacude la barca y habla como si no viera nada», pensó Gonzo.

Esto no hizo sino provocar más al barquero, que sintió cómo su corazón se hinchaba de cólera. Entonces meneó la barca con tanta violencia que hizo vacilar a Ryôkan y ¡plof!, el monje cayó al agua.

Con las manos y los pies enredados en su kimono, Ryôkan no podía nadar y, aunque luchaba, empezaba a hundirse en el agua helada.

«Ja, ja, ja…! Bueno, de todos modos me da pena verlo hundirse así. Voy a repescarlo», se dijo el barquero.

Gonzo lanzó una vara de bambú a la que Ryôkan consiguió agarrarse. Pero, como había tragado mucha agua, cuando la barca llegó a la orilla aún le costaba respirar bien. Agotado y sin fuerzas, juntó las manos y se dirigió al barquero:

—Señor Gonzo, muchas gracias. Un poco más y pierdo la vida. Usted me ha salvado. Se lo agradezco mucho —y repitió varias veces sus palabras de agradecimiento.

Mientras se alejaba, Ryôkan no dejaba de manifestar gratitud. Gonzo no podía apartar la mirada del monje que estaba completamente empapado. De pronto, se arrojó al suelo, se puso de rodillas y juntó las manos, exclamando:

—He sido malo, he sido verdaderamente malo. Ryôkan Sama, se lo ruego, perdóneme. A partir de ahora haré todo lo que pueda para transformarme, haré lo posible para ser bueno con todo el mundo.

A partir de aquel día, Gonzo inició una nueva vida, como si le hubieran dado la oportunidad de nacer de nuevo. A partir de entonces, Gonzo manifestó bondad hacia todo el mundo.