Enseñanza insuficiente

Un joven médico de Tokyo llamado Kusuda se encontró con un amigo de la universidad que había estado estudiando zen. El joven doctor le preguntó qué era el zen.

–No puedo decirte qué es –replicó el amigo–, pero una cosa es cierta. Si comprendes el zen, no temerás a la muerte.

–Eso está bien –dijo Kusuda–. Lo intentaré. ¿Dónde puedo encontrar un maestro?

–Vete a ver al maestro Nan-in –le dijo el amigo.

Así pues, Kusuda visitó a Nan-in. Llevaba una daga de nueve pulgadas y media para determinar si el maestro temía morir o no.

Cuando Nan-in vio a Kusuda, exclamó:

–¡Hola, amigo! ¿Cómo estás? ¡Hacía mucho que no nos veíamos!

Esto dejó perplejo a Kusuda, el cual replicó:

–Nunca nos habíamos visto.

–Es verdad –respondió Nan-in–. Te he confundido con otro médico que recibe instrucción aquí.

Con semejante comienzo, Kusuda perdió la ocasión de poner a prueba al maestro, por lo que le preguntó de mala gana si podía recibir instrucción de zen.

–El zen no es una tarea difícil –le dijo Nan-in–. Si eres médico, trata a tus pacientes con amabilidad. Eso es el zen.

Kusuda aún no veía claro de qué manera semejante enseñanza podía eliminar el temor a la muerte. Así pues, en la cuarta visita se quejó:

–Mi amigo me dijo que cuando uno aprende zen pierde el temor a la muerte. Cada vez que vengo aquí, me dices que cuide de mis pacientes. Eso ya lo sé. Si esto es lo que llamas zen, no voy a visitarte nunca más.

Nan-in sonrió y dio unas palmaditas al doctor.

–He sido demasiado estricto contigo. Permíteme que te dé un koan.

Y ofreció a Kusuda el mu de Joshu, que es el primer problema iluminador de la mente presentado en el libro titulado El portal sin puerta.

Kusuda reflexionó en el problema del mu (nada) durante dos años. Al final creyó haber alcanzado la verdad. Pero su maestro comentó:

–Todavía no lo has logrado.

Kasuda siguió concentrándose durante otro año y medio. Su ánimo se volvió plácido. Los problemas se disolvieron. La ausencia de objetos, la nada, se convirtió en la verdad. Atendía bien a los pacientes y, sin que lo supiese siquiera, estaba libre de preocupación por la vida y la muerte.

Entonces, cuando visitó a Nan-in, su antiguo maestro se limitó a sonreír.